Extraído del Facebook Alvaro Lamas García
He rebasado la línea de los 50 años, así que como podrán deducir, cuando llegó la Dictadura era un liceal. Quiere decir que la viví en toda su extensión. No me escapé de nada.
Todos mis estudios los hice en instituciones públicas, desde la Jardinera, y por supuesto que tuve que sufrir ciertas limitaciones respecto a lo que se podía leer y lo que no, lo que se podía cantar y lo que no, etc. Fui, lo que se puede decir, un "chico correcto", túnica blanca impecable y moña azul armada, para luego vestir (recién en el cuarto año de liceo), el clásico uniforme de Uruguayo, compuesto de pantalón gris, camisa blanca, saco azul y una horrorosa corbata verde que era el distintivo del liceo 16. Luego vino Preparatorios, en el Bauzá nocturno (trabajo desde los 16 años), donde recuerdo nos hacían entrar en filas de a dos, para que así un portero a cada lado de la puerta comprobaba que trajéramos cabello corto (sin tocar el cuello de la camisa), pantalón de vestir, corbata y nada de barba. Éramos prolijitos (a la fuerza).
Ya en la carrera la cosa se relajaba un poco, los controles no eran tantos, y nos terminábamos dividiendo entre los que aún manteníamos parte de aquella prolijidad obligatoria, y aquellos que daban rienda suelta a su rebeldía, cambiando los pantalones de vestir por "vaqueros", los zapatos por "championes" , cuando no por alpargatas, y aparecían las chaquetas tipo militar (pero militar del Ché, no vayas a pensar que militar de Vadora...¡vade retro Satanás!) o aquelas de lana de vicuña (o imitación), con las que su portador se sentía en conjunción con el pueblo latinoamericano. Ah...el implemento que faltaba...la matera, decorada con calcas que se iban haciendo más principistas a medida que avanzaba el camino del reencuentro con la Democracia.
Como a mí no me gustaba el mate (perdón tradición Oriental!!!!), mis calcas las tenía en una carpeta de plástico con fuelle, y eran una de José Batlle (publicada en el Diario El Día) y otra de Aparicio Saravia (publicada por El País). Esa era mi forma de revelarme contra dos cosas, el pasado represor (que aún seguía siendo presente), y el futuro revolucionario (que pugnaba por ser presente).
Se pueden imaginar que de ambos lados me criticaban, pero cuando me acusaban de no tomar definición clara, contestaba con un categórico "¿Te parece que no?", ya que los demás sacaran su conclusión.
Es que, lamentablemente, era una etapa en la que para unos, el no estar de acuerdo con el gobierno Militar era ser "vendepatria", e irónicamente para otros, el no ser de izquierda, recibía el mismo calificativo.
Pero la cuestión es que unos se estaban marchando, mientras que los otros se hacían cada vez más notorios. Y éstos, los de izquierda, pretendían imponer, por diversos medios, su forma de ver las cosas, a riesgo de que fueras condenado al aislamiento tanto ideológico como físico. Por suerte me encontré con muchísimos amigos que eran tan "vendepatris" como yo, y nos pudimos hacer fuertes, unos apoyados en los otros. Amigos que hasta el día de hoy nos seguimos considerando tales.
Si no nos hubiésemos tenido, quien sabe cual habría sido nuestro camino. Por suerte coincidía que todos teníamos familias que nos reforzaban nuestros valores y que, además de ello, jamás pretendieron imponernos absolutamente nada. Y quizá o sin quizá, por eso, las respetábamos aún más.
Compartíamos aulas con compañeros que "ya estaban de vuelta" de lo que leíamos, y que se mofaban de ver entre nuestros libros un José Enrique Rodó o un Eduardo Acevedo Díaz. Compañeros que no podían comprender cómo es que no valorábamos a Galeano, o el por qué de no emocionarnos con Viglietti.
Compañeros que nos preguntaban "¿pero cómo no sos del Frente si sos Joven?", y que ante nuestra risa por la pregunta terminaban diciendo cosas parecidas a "tenés que ponerte a leer", a lo que, en mi caso, solía responder con un "ya lo hice, por eso no soy del Frente".
Íbamos sí, a los festivales de Canto Popular y entonábamos con Carlos María Fossatti, el "Hasta Sucumbir" en honor a Leandro Gómez, o el "Yo me voy con Aparicio" con Carlitos Benavides. Los que ya nos habíamos definido como Blancos, pinchábamos a los que se habían ido por el Partido de Batlle con la pregunta "Ché...¿por qué no hay canciones Coloradas?", pero que tanto unos como otros, teníamos en común demasiadas cosas como para terminar enojados.
Pero como nos identificábamos con la Bandera de Otorgués, ni con la literatura de izquierda, así como tampoco con sus canciones, ni sus poetas, y quizá ni siquiera portábamos el "uniforme de izquierdista" comenzamos a recibir un calificativo adicional al de "vendepatria", y ese fue el de "inculto". Fue duro, pero el que más gracia nos hacía.
Nosotros no teníamos demasiados artistas de Teatro con quienes identificarnos (Gracias Roberto Jones por habernos siempre salvado en esto), tampoco cantantes, ni figuras de la cultura. Escritores, menos aún, y hasta en el campo de la ciencia, nos resultaba difícil encontrar algún referente. Es que pensar como pensábamos nosotros, era un pecado para aquellos que pretendieran tener su espacio en la "cultura nacional", y por eso merecíamos el calificativo. Éramos "incultos".
Pero el tiempo pasó. Y llegamos a este presente. Con la ideología de los "Cultos" en el gobierno. Pero con nuestro país en la peor debacle de su historia en lo que a educación se refiere. Un presente con un Presidente que, además de insultar soezmente a quien no piensa como él, confunde figuras jurídicas y administrativas, llega en visita oficial a un país hermano con zapatos sucios, no sabe hablar, y pretende asimilar una imagen de iletrado al de un "buen tipo". Nos encontramos con una serie de personas en el equipo de gobierno con menos que modesta formación que no pueden con la responsabilidad que se les ha encomendado, pero siguen desconociendo a quienes sí podrían al menos, darles una mano. Un presente con una Universidad lejísimo de estar a un nivel de prestigio internacional (o al menos regional), como alguna vez sí estuvo.
Con edificios escolares cayéndose a pedazos, senadoras hostigando a directores de liceos que pretenden un nivel de estudios exigente. Un presente en que se intenta premiar el bajo esfuerzo y se apedrea a las instituciones privadas que pretenden conservar el nivel que la educación pública ya descartó.
Un presente en el que la violencia campea por nuestras calles y en nuestras puertas, pero que se pretende ser indulgente con quien nos amenaza, con quien nos roba, con quien nos lastima.
Un presente en el que no se sabe ni lo que quiere hacer el gobierno y en el que la tan promocionada ideología fue hecha a un lado para hacer lugar a la improvisación, el saltimbanquismo y el empleo de un refranero campero que ocupa el lugar de las explicaciones obligadas.
Éramos incultos, y seguro estoy que para aquellos que así pensaban, lo seguimos siendo.
Pero a la luz de los acontecimientos, me quedo con lo que fui y lo que soy. Aunque tenga que decir "Que lo parió que soy Inculto...y mis amigos también"
Todos mis estudios los hice en instituciones públicas, desde la Jardinera, y por supuesto que tuve que sufrir ciertas limitaciones respecto a lo que se podía leer y lo que no, lo que se podía cantar y lo que no, etc. Fui, lo que se puede decir, un "chico correcto", túnica blanca impecable y moña azul armada, para luego vestir (recién en el cuarto año de liceo), el clásico uniforme de Uruguayo, compuesto de pantalón gris, camisa blanca, saco azul y una horrorosa corbata verde que era el distintivo del liceo 16. Luego vino Preparatorios, en el Bauzá nocturno (trabajo desde los 16 años), donde recuerdo nos hacían entrar en filas de a dos, para que así un portero a cada lado de la puerta comprobaba que trajéramos cabello corto (sin tocar el cuello de la camisa), pantalón de vestir, corbata y nada de barba. Éramos prolijitos (a la fuerza).
Ya en la carrera la cosa se relajaba un poco, los controles no eran tantos, y nos terminábamos dividiendo entre los que aún manteníamos parte de aquella prolijidad obligatoria, y aquellos que daban rienda suelta a su rebeldía, cambiando los pantalones de vestir por "vaqueros", los zapatos por "championes" , cuando no por alpargatas, y aparecían las chaquetas tipo militar (pero militar del Ché, no vayas a pensar que militar de Vadora...¡vade retro Satanás!) o aquelas de lana de vicuña (o imitación), con las que su portador se sentía en conjunción con el pueblo latinoamericano. Ah...el implemento que faltaba...la matera, decorada con calcas que se iban haciendo más principistas a medida que avanzaba el camino del reencuentro con la Democracia.
Como a mí no me gustaba el mate (perdón tradición Oriental!!!!), mis calcas las tenía en una carpeta de plástico con fuelle, y eran una de José Batlle (publicada en el Diario El Día) y otra de Aparicio Saravia (publicada por El País). Esa era mi forma de revelarme contra dos cosas, el pasado represor (que aún seguía siendo presente), y el futuro revolucionario (que pugnaba por ser presente).
Se pueden imaginar que de ambos lados me criticaban, pero cuando me acusaban de no tomar definición clara, contestaba con un categórico "¿Te parece que no?", ya que los demás sacaran su conclusión.
Es que, lamentablemente, era una etapa en la que para unos, el no estar de acuerdo con el gobierno Militar era ser "vendepatria", e irónicamente para otros, el no ser de izquierda, recibía el mismo calificativo.
Pero la cuestión es que unos se estaban marchando, mientras que los otros se hacían cada vez más notorios. Y éstos, los de izquierda, pretendían imponer, por diversos medios, su forma de ver las cosas, a riesgo de que fueras condenado al aislamiento tanto ideológico como físico. Por suerte me encontré con muchísimos amigos que eran tan "vendepatris" como yo, y nos pudimos hacer fuertes, unos apoyados en los otros. Amigos que hasta el día de hoy nos seguimos considerando tales.
Si no nos hubiésemos tenido, quien sabe cual habría sido nuestro camino. Por suerte coincidía que todos teníamos familias que nos reforzaban nuestros valores y que, además de ello, jamás pretendieron imponernos absolutamente nada. Y quizá o sin quizá, por eso, las respetábamos aún más.
Compartíamos aulas con compañeros que "ya estaban de vuelta" de lo que leíamos, y que se mofaban de ver entre nuestros libros un José Enrique Rodó o un Eduardo Acevedo Díaz. Compañeros que no podían comprender cómo es que no valorábamos a Galeano, o el por qué de no emocionarnos con Viglietti.
Compañeros que nos preguntaban "¿pero cómo no sos del Frente si sos Joven?", y que ante nuestra risa por la pregunta terminaban diciendo cosas parecidas a "tenés que ponerte a leer", a lo que, en mi caso, solía responder con un "ya lo hice, por eso no soy del Frente".
Íbamos sí, a los festivales de Canto Popular y entonábamos con Carlos María Fossatti, el "Hasta Sucumbir" en honor a Leandro Gómez, o el "Yo me voy con Aparicio" con Carlitos Benavides. Los que ya nos habíamos definido como Blancos, pinchábamos a los que se habían ido por el Partido de Batlle con la pregunta "Ché...¿por qué no hay canciones Coloradas?", pero que tanto unos como otros, teníamos en común demasiadas cosas como para terminar enojados.
Pero como nos identificábamos con la Bandera de Otorgués, ni con la literatura de izquierda, así como tampoco con sus canciones, ni sus poetas, y quizá ni siquiera portábamos el "uniforme de izquierdista" comenzamos a recibir un calificativo adicional al de "vendepatria", y ese fue el de "inculto". Fue duro, pero el que más gracia nos hacía.
Nosotros no teníamos demasiados artistas de Teatro con quienes identificarnos (Gracias Roberto Jones por habernos siempre salvado en esto), tampoco cantantes, ni figuras de la cultura. Escritores, menos aún, y hasta en el campo de la ciencia, nos resultaba difícil encontrar algún referente. Es que pensar como pensábamos nosotros, era un pecado para aquellos que pretendieran tener su espacio en la "cultura nacional", y por eso merecíamos el calificativo. Éramos "incultos".
Pero el tiempo pasó. Y llegamos a este presente. Con la ideología de los "Cultos" en el gobierno. Pero con nuestro país en la peor debacle de su historia en lo que a educación se refiere. Un presente con un Presidente que, además de insultar soezmente a quien no piensa como él, confunde figuras jurídicas y administrativas, llega en visita oficial a un país hermano con zapatos sucios, no sabe hablar, y pretende asimilar una imagen de iletrado al de un "buen tipo". Nos encontramos con una serie de personas en el equipo de gobierno con menos que modesta formación que no pueden con la responsabilidad que se les ha encomendado, pero siguen desconociendo a quienes sí podrían al menos, darles una mano. Un presente con una Universidad lejísimo de estar a un nivel de prestigio internacional (o al menos regional), como alguna vez sí estuvo.
Con edificios escolares cayéndose a pedazos, senadoras hostigando a directores de liceos que pretenden un nivel de estudios exigente. Un presente en que se intenta premiar el bajo esfuerzo y se apedrea a las instituciones privadas que pretenden conservar el nivel que la educación pública ya descartó.
Un presente en el que la violencia campea por nuestras calles y en nuestras puertas, pero que se pretende ser indulgente con quien nos amenaza, con quien nos roba, con quien nos lastima.
Un presente en el que no se sabe ni lo que quiere hacer el gobierno y en el que la tan promocionada ideología fue hecha a un lado para hacer lugar a la improvisación, el saltimbanquismo y el empleo de un refranero campero que ocupa el lugar de las explicaciones obligadas.
Éramos incultos, y seguro estoy que para aquellos que así pensaban, lo seguimos siendo.
Pero a la luz de los acontecimientos, me quedo con lo que fui y lo que soy. Aunque tenga que decir "Que lo parió que soy Inculto...y mis amigos también"
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