Pretender que un anarquista respete reglas, nones, si no respetó la democracia en este país y fue uno de los principales líderes del ataque a las instituciones y al gobierno democráticamente constituído, esperar entonces que hoy, respete la Constitución y las leyes es como muy fuerte.
Además si antes era un personaje excéntrico, y los que lo rodean se lo fomentaron y aplaudieron y el votante frenteamplista también lo hizo, hoy no esperen que actúe con razocinio en sus acciones, es más, muchos comunicadores también toman con gracia cada exabrupto de este señor, y lo que no se están dando cuenta, es que el inversionista, el que viene a poner platita para que acá se hagan cosas, se pone nervioso cuando ve esto, pero es lo que hay, es lo que la mitad del pueblo eligió.
Además si antes era un personaje excéntrico, y los que lo rodean se lo fomentaron y aplaudieron y el votante frenteamplista también lo hizo, hoy no esperen que actúe con razocinio en sus acciones, es más, muchos comunicadores también toman con gracia cada exabrupto de este señor, y lo que no se están dando cuenta, es que el inversionista, el que viene a poner platita para que acá se hagan cosas, se pone nervioso cuando ve esto, pero es lo que hay, es lo que la mitad del pueblo eligió.
Extraído de El País
¿Casual? No: lógico
Leonardo Guzmán
Contragolpe, trancazo, luchas intestinas. La coalición de gobierno, henchida de divergencias que paralizan las decisiones y abruman a la ciudadanía. En la caducidad, el Canciller se cortó oficialmente solo. Del impuesto a la tierra y la venta de dunas, los Ministros se enteraron por los diarios y en ellos reflejaron su discrepancia. Todo eso es impropio del funcionamiento que preceptúa la Constitución. Cuando enumera las competencias del Poder Ejecutivo, el art. 168 empieza: "Al Presidente de la República, actuando con el Ministro o Ministros respectivos, o con el Consejo de Ministros, corresponde:…" Y por si eso fuera poco, termina: "El Presidente de la República firmará las resoluciones y comunicaciones del Poder Ejecutivo con el Ministro o Ministros a que el asunto corresponda, requisito sin el cual nadie estará obligado a obedecerlas."
Es así: la voluntad del Poder Ejecutivo solo se forma cuando confluyen el Presidente y el Ministro del ramo. La Constitución es descarnada, rotunda: si no acompañan los Secretarios de Estado, nadie tiene por qué obedecer siquiera una simple comunicación del Presidente. Por lo cual, deben pensar, proyectar y firmar juntos.
Esta regla surge de la inmensa historia republicana que fundó Artigas en las Instrucciones en 1813, adquirió rango constitucional en 1830 y se nutrió de experiencia con aciertos, yerros y desvaríos de las variopintas conciencias que nos han gobernado. Por distintas vías, con sacrificados y con mártires, entre luces de inteligencia y dolores de parto, desde 1917 las sucesivas reformas constitucionales -incluso la de 1967, que suprimió el colegiado pero introdujo el apartado últimamente transcrito- buscaron garantizar la despersonalización del poder, la motivación objetiva de los actos, la expresión del cuerpo electoral como órgano de alzada y la apertura a la reflexión volcada como opinión pública en la prensa y como boca a boca en las esquinas.
Esto de que el Presidente diga algo por su lado y los Ministros lo contradigan, esto de usar como instrumento de gobierno una cruza de labia -"verbosidad persuasiva y gracia en el hablar"- y disyunción -"acción y efecto de separar y desunir"- es, pues, una derivada abiertamente ajena a los mandamientos constitucionales. ¿Resultado del lenguaje, el tono y el modo del Presidente? En un sentido sí, pues tenía razón Séneca: Oratio vultus animi est, el lenguaje es el espejo del alma.
Pero no nos engañemos: lo que estamos atravesando no resulta solo del talante del Presidente ni de su aptitud -ya reconocida aquí- para generar estados de asamblea. Si las divergencias que siempre hubo aparecen hoy erizadas de acusaciones -traidores, terroristas verbales, etc.- y si no se consigue el necesario discurrir unificador, es porque la doctrina callejera que llegó al poder abraza lemas livianos como "todo fluye", "no hay más verdad que el cambio" y "las luchas de intereses son naturales", y olvida que el fluir, el cambio y las luchas se resuelven edificando conceptos precisos a partir de principios -y no mera argumentación-, hablándole al país de ideales y no de utopías con efecto buscapiés.
El País Digital
Es así: la voluntad del Poder Ejecutivo solo se forma cuando confluyen el Presidente y el Ministro del ramo. La Constitución es descarnada, rotunda: si no acompañan los Secretarios de Estado, nadie tiene por qué obedecer siquiera una simple comunicación del Presidente. Por lo cual, deben pensar, proyectar y firmar juntos.
Esta regla surge de la inmensa historia republicana que fundó Artigas en las Instrucciones en 1813, adquirió rango constitucional en 1830 y se nutrió de experiencia con aciertos, yerros y desvaríos de las variopintas conciencias que nos han gobernado. Por distintas vías, con sacrificados y con mártires, entre luces de inteligencia y dolores de parto, desde 1917 las sucesivas reformas constitucionales -incluso la de 1967, que suprimió el colegiado pero introdujo el apartado últimamente transcrito- buscaron garantizar la despersonalización del poder, la motivación objetiva de los actos, la expresión del cuerpo electoral como órgano de alzada y la apertura a la reflexión volcada como opinión pública en la prensa y como boca a boca en las esquinas.
Esto de que el Presidente diga algo por su lado y los Ministros lo contradigan, esto de usar como instrumento de gobierno una cruza de labia -"verbosidad persuasiva y gracia en el hablar"- y disyunción -"acción y efecto de separar y desunir"- es, pues, una derivada abiertamente ajena a los mandamientos constitucionales. ¿Resultado del lenguaje, el tono y el modo del Presidente? En un sentido sí, pues tenía razón Séneca: Oratio vultus animi est, el lenguaje es el espejo del alma.
Pero no nos engañemos: lo que estamos atravesando no resulta solo del talante del Presidente ni de su aptitud -ya reconocida aquí- para generar estados de asamblea. Si las divergencias que siempre hubo aparecen hoy erizadas de acusaciones -traidores, terroristas verbales, etc.- y si no se consigue el necesario discurrir unificador, es porque la doctrina callejera que llegó al poder abraza lemas livianos como "todo fluye", "no hay más verdad que el cambio" y "las luchas de intereses son naturales", y olvida que el fluir, el cambio y las luchas se resuelven edificando conceptos precisos a partir de principios -y no mera argumentación-, hablándole al país de ideales y no de utopías con efecto buscapiés.
El País Digital
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