El abuelo brasileño
JULIO MARÍA SANGUINETTI
Años ha, un político vernáculo era muy insistente en su oposición a que los extranjeros compraran tierra en Uruguay. Wilson Ferreira, cuyo humor era proverbial, dijo más de una vez: "El problema de este amigo es con mi abuelo brasileño, que vino al Uruguay y se quedó, y por culpa de él yo estoy aquí y no tiene más remedio que soportarme…".
Viejo asunto, entonces, este de querer alejar a los extranjeros de la tierra, con el tabú de que vendrían solamente a medrar con nuestras riquezas.
Para empezar, digamos que el cuestionamiento se contradice con la prédica del Presidente Mujica. Dos resonantes y multitudinarias reuniones en el hotel Conrad, donde incluso acompañamos los ex Presidentes, fueron terminantes al respecto. El Presidente invitó allí a cientos de empresarios extranjeros a invertir y hasta a vivir en este país que los recibiría de brazos abiertos.
Ahora resulta que todo extranjero es sospechoso y que si compra tierra está quitándonos algo de lo nuestro. Nada más reñido con la realidad porque, si analizamos nuestro actual crecimiento económico, nos encontramos con que : 1) la fuente principal de esta bonanza viene de afuera y son los precios internacionales; 2) los nuevos rubros de exportación están todos vinculados a extranjeros, como la forestación (empresas finlandesas, norteamericanas, etc.), la soja (agricultores argentinos) o el arroz (productores e industriales brasileños); 3) la construcción y el turismo están hoy basados, principalísimamente, en inversión extranjera, desde los edificios en Punta del Este hasta el Hotel Carrasco.
¿Qué les vamos a decir? A las empresas forestales que llegaron en función de una ley y un contrato, ¿les anunciamos que sus inversiones de miles de millones de dólares no pueden sustentarse en el recurso de una gran plantación de árboles como base de su aprovisionamiento?
¿De dónde surge que se compromete nuestra soberanía? Esos señores que compran tierra no se la pueden llevar abajo del brazo. Su demanda ha sido fundamental en su valorización. Por supuesto, la compraron para producir y hacerla rendir.
Y por supuesto quedaron sometidos a nuestras leyes impositivas, laborales y civiles. ¿Qué impide que ingrese a cualquier predio un policía o un inspector del BPS?
Si alguna pérdida de soberanía económica pudiera ocurrir, sería por el dinero que recibe el uruguayo que vendió la tierra y, de pronto, se la lleva al exterior. Pero no por el lado del extranjero, que inmovilizó su capital y quedó sujeto a nuestras normas.
Hasta se habla del contrabando y el narcotráfico, como si entre los uruguayos no hubiera contrabandistas y narcotraficantes, o como si los venidos de afuera no pudieran tener cómplices locales, tal cual ocurre en todas partes.
En un plano más general, nuestra economía ha crecido con precios internacionales e inversiones foráneas, incluso en sectores mucho más riesgosos que la tierra.
Los bancos, por ejemplo; los frigoríficos, de los que depende nuestra producción ganadera... Todos esos sectores, y otros más, son mucho más complicados que una tierra fácil de controlar e imposible de trasladar; y a nadie se le ocurriría alejarlos.
Lo peor es la filosofía que hay detrás de la idea, los viejos prejuicios que inspiran estos planteos, como si la sociedad criolla no se hubiera forjado con el aluvión de familias brasileñas en el Norte, entrerrianas en el litoral, italianas en la chacra y vascas en todas partes.
No estamos en el siglo XIX, en que un débil Estado uruguayo carecía de medios para ejercer normalmente su soberanía en todo el territorio nacional. Hoy necesitamos competir en el mundo global y ello nos impone obtener capitales que no tenemos y tecnologías de que no disponemos. Justamente, estamos creciendo por ese aporte.
Por supuesto, hay Estados que tienen restricciones, como las imponen para inmigraciones o movimientos de capitales. Sirven -bien o mal- a sus intereses, que son distintos a los nuestros. Ellos no quieren inmigrantes, nosotros sí; ellos no precisan capitales, nosotros sí; ellos poseen tecnología, nosotros no.
En cualquier caso, por mencionar a nuestros vecinos, ni Argentina ni Brasil tienen hoy mayores limitantes. Basta observar las grandes extensiones de tierra compradas por actores de cine y empresarios europeos en la Patagonia argentina.
Cada Estado atiende su interés y el nuestro es crecer, dar trabajo, valorizar nuestra tierra, incorporarle tecnología y producción de avanzada, que es lo que ha ocurrido en los últimos años con un importante concurso de gente y capitales del exterior, asociados al tradicional esfuerzo de nuestra gente.
Salvo que hayamos cambiado el discurso del Conrad y ahora todo sea al revés.
El País Digital
Viejo asunto, entonces, este de querer alejar a los extranjeros de la tierra, con el tabú de que vendrían solamente a medrar con nuestras riquezas.
Para empezar, digamos que el cuestionamiento se contradice con la prédica del Presidente Mujica. Dos resonantes y multitudinarias reuniones en el hotel Conrad, donde incluso acompañamos los ex Presidentes, fueron terminantes al respecto. El Presidente invitó allí a cientos de empresarios extranjeros a invertir y hasta a vivir en este país que los recibiría de brazos abiertos.
Ahora resulta que todo extranjero es sospechoso y que si compra tierra está quitándonos algo de lo nuestro. Nada más reñido con la realidad porque, si analizamos nuestro actual crecimiento económico, nos encontramos con que : 1) la fuente principal de esta bonanza viene de afuera y son los precios internacionales; 2) los nuevos rubros de exportación están todos vinculados a extranjeros, como la forestación (empresas finlandesas, norteamericanas, etc.), la soja (agricultores argentinos) o el arroz (productores e industriales brasileños); 3) la construcción y el turismo están hoy basados, principalísimamente, en inversión extranjera, desde los edificios en Punta del Este hasta el Hotel Carrasco.
¿Qué les vamos a decir? A las empresas forestales que llegaron en función de una ley y un contrato, ¿les anunciamos que sus inversiones de miles de millones de dólares no pueden sustentarse en el recurso de una gran plantación de árboles como base de su aprovisionamiento?
¿De dónde surge que se compromete nuestra soberanía? Esos señores que compran tierra no se la pueden llevar abajo del brazo. Su demanda ha sido fundamental en su valorización. Por supuesto, la compraron para producir y hacerla rendir.
Y por supuesto quedaron sometidos a nuestras leyes impositivas, laborales y civiles. ¿Qué impide que ingrese a cualquier predio un policía o un inspector del BPS?
Si alguna pérdida de soberanía económica pudiera ocurrir, sería por el dinero que recibe el uruguayo que vendió la tierra y, de pronto, se la lleva al exterior. Pero no por el lado del extranjero, que inmovilizó su capital y quedó sujeto a nuestras normas.
Hasta se habla del contrabando y el narcotráfico, como si entre los uruguayos no hubiera contrabandistas y narcotraficantes, o como si los venidos de afuera no pudieran tener cómplices locales, tal cual ocurre en todas partes.
En un plano más general, nuestra economía ha crecido con precios internacionales e inversiones foráneas, incluso en sectores mucho más riesgosos que la tierra.
Los bancos, por ejemplo; los frigoríficos, de los que depende nuestra producción ganadera... Todos esos sectores, y otros más, son mucho más complicados que una tierra fácil de controlar e imposible de trasladar; y a nadie se le ocurriría alejarlos.
Lo peor es la filosofía que hay detrás de la idea, los viejos prejuicios que inspiran estos planteos, como si la sociedad criolla no se hubiera forjado con el aluvión de familias brasileñas en el Norte, entrerrianas en el litoral, italianas en la chacra y vascas en todas partes.
No estamos en el siglo XIX, en que un débil Estado uruguayo carecía de medios para ejercer normalmente su soberanía en todo el territorio nacional. Hoy necesitamos competir en el mundo global y ello nos impone obtener capitales que no tenemos y tecnologías de que no disponemos. Justamente, estamos creciendo por ese aporte.
Por supuesto, hay Estados que tienen restricciones, como las imponen para inmigraciones o movimientos de capitales. Sirven -bien o mal- a sus intereses, que son distintos a los nuestros. Ellos no quieren inmigrantes, nosotros sí; ellos no precisan capitales, nosotros sí; ellos poseen tecnología, nosotros no.
En cualquier caso, por mencionar a nuestros vecinos, ni Argentina ni Brasil tienen hoy mayores limitantes. Basta observar las grandes extensiones de tierra compradas por actores de cine y empresarios europeos en la Patagonia argentina.
Cada Estado atiende su interés y el nuestro es crecer, dar trabajo, valorizar nuestra tierra, incorporarle tecnología y producción de avanzada, que es lo que ha ocurrido en los últimos años con un importante concurso de gente y capitales del exterior, asociados al tradicional esfuerzo de nuestra gente.
Salvo que hayamos cambiado el discurso del Conrad y ahora todo sea al revés.
El País Digital
Blogalaxia Tags: uruguay, montevideo, vicepresidente, corrupción, fraude, presidente, intendencia, impuestos, IRPF gobierno, seguridad, ley
2 comentarios:
Uhhh...hablando de quien le rasca el lomo al chancho ...
Cuando las "leyes" tienen como fundamento no el resguardo de los Valores de una sociedad sino de intereses politicos , tenemos estas paradojas que un chancho sea amnistiado , condecorado y luego gobierne , seguramente tendra su monumento junto al otro pp a espaldas del Parlamento.
No me digas eso Anónimo, si veo a este del mismo nombre que aquél otro, creo que me infarto!
No tienen comparación, Don Pepe fue Don Pepe, este es pp.
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