Carta abierta al presidente Mujica
Manuel Flores Silva | Montevideo
@| "Sr. Presidente de la República Sr. José Mujica
De mi consideración:
Considero que cualquier aporte, por pequeño que sea, que reciba usted en
este momento crucial de la vida del país puede ser útil.
Le escribo, pues, muy breve y modestamente, intentando contribuir en
este momento clave a su pensamiento. Es un intento al que probablemente
tengamos derecho todos los ciudadanos.
Tómelo como de alguien que peleó todo lo que pudo por la reconstrucción
democrática y republicana del país. Y que quedó por ello marcado de modo que su
vida entera ha estado al servicio de la idea de República. Y de ninguna otra. A
la idea de que debe haber un orden de instituciones que distribuyan el poder en
el seno de una sociedad, poder que siempre busca acrecentarse cualquiera sea
quien lo detente en cualquier área en que el poder exista.
La idea es que solo un orden institucional con normas y reglas puede
mantener las garantías de los ciudadanos. La idea de que allí donde hay un
abuso de poder determina que en otro lado de la sociedad se le confisca poder
legítimo a otros ciudadanos. La República, dijera Artigas, es "la seguridad
del contrato" frente a la "veleidad de los hombres". Y, anota
Rosanvallon, que la República es, nada más y nada menos, que "la
organización de la desconfianza" mediante instituciones que frenen los
excesos connaturales al poder.
A veces se piensa de manera que el orden institucional es menor respecto
de otros valores. Sea para la imposición de una clase social, sea para impulsar
una propuesta mesiánica que habrá de cambiar todo, sea porque hay episodios
políticos o jurídicos que no son favorables al poder establecido. Se razona
entonces que las normas republicanas deben ceder en beneficio de algún paraíso
que se piensa conseguir. La experiencia humana, sin embargo, es grande en
instituciones deshechas, garantías ciudadanas violadas y, sin embargo, paraísos
frustrados y pendientes. La historia sí ha demostrado mil veces que ninguna
política pública tiene sentido si es al costo del derecho de los ciudadanos que
surge de las garantías institucionales. De la libertad, finalmente, que es la
víctima al cabo de esos procesos.
Nuestro país fue grande cuando las diferentes fuerzas políticas se
respetaban y consensuaban políticas. La idea de la confrontación hasta la
extinción del otro -el pensamiento no tolerante que postula que el otro no es
persona, sino maldad- que lleva 50 años protagonizando la vida del país, para
muchos justifica y legitima no sólo el pasarle por arriba a los adversarios
sino a las instituciones mismas. Lo peor de un error, Sr. Presidente, es volver
a repetirlo.
Es claro que al partido oficialista le ha sido más fácil integrar el
capitalismo a sus ideas que el concepto mismo de República. Lo que no es raro
ya que en la historia universal la izquierda socialista ha sido el más cruel
enemigo de la izquierda republicana, la que en Uruguay se conoció con el nombre
de Batllismo y, por qué no, también de Wilsonismo. Sin claridad, empero, en el
concepto de República el país, necesariamente, termina a la deriva. En eso
estamos ahora, en un grave declive republicano.
Bajo su gobierno, y seguramente que más allá de su voluntad, Sr.
Presidente, se vienen erosionando las instituciones y lastimando el central
concepto de República.
Sea porque se violan reiterados pronunciamientos populares, la voz del
soberano. Sea porque se declara desde las máximas alturas que las Fuerzas
Armadas deben estar politizadas a favor del Partido oficialista y se traen a
nuestro territorio cientos de militares de países donde se piensa así. Sea
porque el Sr. Presidente convoca a su despacho a todos los presidentes de empresas
públicas y les pide que no le den más publicidad estatal a los medios de
comunicación que informan sobre la inseguridad. Sea porque los poderes fácticos
económicos nunca tuvieron más hegemonía que hoy. Sea porque se proclama que lo
político está por encima de lo jurídico para violar esto último. Sea porque
recientemente la voz presidencial amedrenta con nombre y apellido a empresas
particulares. Sea porque cuando el Fiscal de Corte no estuvo de acuerdo con el
gobierno se le persiguió hasta hacerlo caer (aún antes, bajo anterior gobierno,
se llegó a ocupar dicha Fiscalía inconstitucionalmente sin venia del Senado).
Sea porque el Estado uruguayo, a través de su persona, Sr. Presidente, concurre
a un acto político partidario en el exterior. Estos, entre otros muchísimos y
cotidianos hechos que se podrían señalar. Lo cierto es que día a día, gota a
gota, se vienen deteriorando las instituciones.
La asonada producida la pasada semana para presionar a la Suprema Corte
de Justicia marca, sin embargo, un límite. Un antes y un después. Un hito en el
proceso de desinstitucionalización nacional. Por eso éste es un momento crucial
en la vida del país. Nunca antes en su historia había pasado algo parecido en
el país como la mencionada turba y presión contra este Poder del Estado.
Pero a esa algarada ante la Suprema Corte no vino sola, sino en una
escalada contra dicha institución de parte del partido de gobierno. Por
ejemplo, la idea concomitante de limitar y violentar la división de poderes que
está implícita en el llamado de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia
al Parlamento -que promueve el Frente Amplio- hace responsable al partido que
lo llevó a usted al gobierno en profundizar la mencionada erosión republicana.
¡Algo tan elemental como la división de poderes se pone en cuestión!
Ni siquiera se distingue desde la cúpula de la fuerza política
oficialista que la Corte Suprema juzga la constitucionalidad de una ley, no el
sentido de la política que promueve el contenido de esa ley y entonces se acusa
a la Suprema Corte de defender a la oligarquía terrateniente o el poder
hegemónico. Con ese criterio vaya a saber qué termina defendiendo lo Suprema
Corte cuando su misión, en estos casos, es simplemente cuidar la vigencia de la
Constitución, que para ello está mandatada.
Se confunde claramente el rol de las instituciones. Y se confunde
derecho con derecha. Esto mientras algún juez/a en actividad agravia todos los
días, a través de medios nacionales e internacionales, a la Suprema Corte de
Justicia. La que no debe a nadie explicaciones sobre lo "relacionado con
la materia y competencia jurisdiccionales del Poder Judicial" (artículo
118 de la Constitución, parte del artículo de moda que no se menciona estos
días).
Ya vimos en el pasado como la toma de partido apasionada por algunos
temas no se detiene ante los límites institucionales y sabemos todos a qué
infeliz destino se llega por ese camino.
Y en este campo de las instituciones y de las reglas de juego no puede
haber confusiones, titubeos, dudas, vacilaciones ni flaquezas. Todo lo que no
sea estar del lado de la independencia y autonomía de la Suprema Corte de
Justicia -ella en el acierto o en el error- es estar del lado del decaimiento
institucional. Los republicanos somos todos, hoy, la Suprema Corte de Justicia.
Mucho debe reformarse el sistema judicial en el país -hemos escrito no poco
sobre un sinnúmero de reformas necesarias- pero no debe confundirse la
imperfección de las instituciones todas con su legitimidad. La legitimidad de
las instituciones debe defenderse a capa y espada. Y no debe aducirse,
obviamente, la necesidad de reformas para cuestionar la legitimidad de las
instituciones.
La vida lo ha colocado, Sr. Presidente, en una cruz de los caminos. O
usted detiene la erosión institucional o usted, aunque sea por omisión, la
alienta. En esa decisión usted está solo con su conciencia. Y todos lo estamos
mirando. Así es la vida del liderazgo.
La paradoja quiere que usted, que nunca creyó en las instituciones,
tenga ahora la responsabilidad de salvaguardarlas. Cosas que el destino hace
con los hombres. Estamos seguros que esa será su voluntad. O usted se saca la
chaqueta militar del Comandante Chávez que un día se puso, ante la mirada de toda
América, o usted será responsable de graves males para el país que estamos
seguros que usted no quiere. ¡Hay que parar la erosión institucional! A usted
le cabe un papel decisivo en ello. Sepa que por lo que haga usted justamente en
estos momentos, en un sentido o en otro, es por lo que la historia nacional lo
juzgará para siempre. Ojalá, por el país, que bien.
Le reitero, Sr. Presidente. Tome estas reflexiones simplemente como de
alguien que luchó encarnizadamente contra la dictadura por reinstaurar la
República en el país -éramos bastante menos que lo que parece ahora- mientras
usted estaba preso por atentar contra la democracia. Esa democracia que luego
lo eligió a usted para la dignidad que ocupa y nos obliga a todos al respeto.
Tómelo de alguien que en plena dictadura pidió públicamente la amnistía para
todos los que, como usted, estaban presos. No era del todo fácil. Queríamos
terminar con el tiempo del desprecio generado en diversos orígenes ideológicos
y sabíamos -era elemental- que solo el respeto por las instituciones y el sol
de la ley podía acabar con ese mal. Que ahora -justamente ahora- a todos nos
ilumine.
Le saluda muy atte,
Ciudadano Manuel Flores Silva".
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