jueves, 26 de noviembre de 2009

Por qué Lacalle – Larrañaga? - II -

Por qué Lacalle – Larrañaga? - II -

Autor: Eugenio Baroffio Abadie

El Dr. Lacalle ya pasó por el gobierno y bajo su mandato se organizaron elecciones plenamente libres que permitieron la alternancia en el poder sin que ejerciera la menor presión ni empleara procedimientos que el actual gobierno sí ha empleado, para torcer la voluntad popular. ¿Tenemos la certeza de que lo mismo ocurriría con el Seador Mujica? O ¿No nos han estado hablando, una y otra vez, de que ahora se va por el “poder” y ya no más por el “gobierno” de la Nación?

Sus “amigos” políticos internacionales se han perpetuado suprimiendo lisa y llanamente la libertad y las elecciones o amañando estas últimas para garantizarse interminables reelecciones. ¿Puede confiarse en quien descree de la democracia liberal (aunque admita “jugar con sus reglas”) o debemos sospechar que optará por los ejemplos de aquellos con quienes más afinidad y relación política tiene (Castro, Chávez, Kischner, Ortega, Morales y Correa)?

Desde que el Sr. Mujica asumió en el Parlamento no se le recuerda ni participación ni proyecto alguno en absolutamente nada y cuando pasó por el Poder Ejecutivo durante este período, confesó no haber hecho tampoco nada en el Ministerio que ocupó como su titular durante más de tres años.

Por el contrario, el Dr. Lacalle es un individuo "hiperactivo", con inmensa capacidad de trabajo que hasta sus más allegados reconocen tener dificultad para seguirle el ritmo. Ha elevado cientos de propuestas en temas de las más diversas índoles y promovido cambios en asuntos que enfrentaban problemas de vieja data y difícil solución.

Calificar –como injustamente lo hace la iquierda- al Dr. Lacalle como “conservador” y “derechista” no tiene otro fundamento que el del mero rótulo simplificador que el Frente Amplio gusta de emplear tradicionalmente. El gobierno de Lacalle no fue una administración conservadora. A poco que la analicemos desapasionadamente, advertiremos que, en concordancia o en desacuerdo con su gestión, se trató de un gobierno que propuso importantes cambios que procuraron sustituir “vacas sagradas” de nuestra sociedad por instrumentos modernos y bastante más adecuados a lo que el mundo de la década del 90 empleaba en todas aquellas experiencias que resultaron política y socialmente exitosas. Claro que estuvieron en las antípodas de las prácticas socialistas que –a no olvidarlo- se desmoronaron precisamente en aquellos momentos, dejando al desnudo su fracaso económico, la privación de libertad a que conducían, el desprecio por los derechos fundamentales y un sin número de groseras iniquidades.

Lacalle colocó en la agenda de la discusión política el nivel de intervención del Estado en la economía; su injerencia en materia social, laboral y educativa; el papel de las empresas públicas; si se debía privatizar o no esas instituciones (y de qué manera hacerlo). Además, lanzó un programa de desburocratización que eliminó más de un millón y medio de trámites anuales. El Dr. Lacalle no defendió el “statu quo” sino que propuso cambios.

En materia de deuda externa, mientras que el Frente Amplio proponía no pagarla lisa y llanamente –solución que ya sabemos a qué condujo en los países que siguieron semejante receta- Lacalle la renegoció (Plan Brady mediante) con una importante quita, logrando saldar una parte no desdeñable con las reservas del país.

Llegado al gobierno, después de haber predicado durante décadas romper con los acreedores, el Frente Amplio, en cambio, pagó toda la deuda con el FMI y olvidó la propuesta de Vázquez de declarar el “default” en la crisis del 2002, para pasar a cumplir con sus compromisos religiosamente. Con lo cual no hizo sino reconocer su anterior error o, lo que es peor, admitir que siendo oposición reclamaba demagógicamente lo irrealizable, ocultando durante su campaña lo que realmente pensaba hacer. ¿Será que ahora nos esté pasando lo mismo con la campaña “moderada a la fuerza” que realiza el Señor Mujica?

En aquellas épocas de la década del 90, se terminó con varios monopolios estatales (BSE y fabricación de alcoholes por ANCAP), autorizando –además- la asociación de las empresas públicas con privados. Se permitió que salieran de la órbita pública empresas como la Compañía de Gas, AFE y Pluna, cuyos déficits permanentes gravaban onerosamente el bolillo de todos. También pasaron a manos privadas los servicios aeroportuarios de tierra, la pesca y el sistema de telefonía celular. UTE pudo empezar a adquirir energía generada por particulares y se construyeron obras viales de importancia en el régimen de concesión a privados de la obra pública.

Ya fuera por concesión a privados o mediante declaración de interés nacional de obras turísticas, se invirtió más de 800 millones de dólares en unos cien complejos turísticos que incrementaron ostensiblemente la capacidad hotelera. Se dotó al principal balneario del país de su primer hotel cinco estrellas y se edificó el nuevo aeropuerto de Laguna del Sauce. Con el dinero obtenido mediante la venta de terrenos de AFE se construyó el nuevo liceo de Maldonado.

En Montevideo se construyeron tres modernos Shopping Center y una nueva Terminal de autobuses interdepartamentales con inversiones multimillonarias y creación de muchos puestos de trabajo. La ley de reforma del puerto y la estiba determinaron su inédito crecimiento y habilitaron el desarrollo que, todavía hoy y bajo este gobierno, se funda en aquella ley que había empezado a proyectarse en el primer gobierno del Dr. Sanguinetti.

Concluyo en que hay sólo dos alternativas: o el actual gobierno es tan “conservador” como el de Lacalle o aquél fue tan “progresista” como esta administración del Frente Amplio. Pero lo rigurosamente cierto es que aquellos instrumentos a los que el Frente Amplio se opuso tozudamente desde la oposición, no sólo no fueron modificados, sino que fueron empleados con más profundidad aún, sobre todo en momentos en que no debieron padecer una oposición como la que la izquierda ejerció para “poner un palo en la rueda” de cada reforma.

Los ejemplos sobran, pero tanto las administraciones municipales frentistas como el gobierno nacional, emplearon a ultranza los mismos mecanismos de aquellas reformas, aunque, probablemente con mucho mayor torpeza y lentitud, como la demostrada por los fracasos del Hotel Carrasco u otros proyectos de similar naturaleza.

En términos prácticos, ¿Es más progresista un gobierno como el de Lacalle y las administraciones coloradas de los últimos 25 años o lo es el régimen instaurado por Chávez en Venezuela y exportado a Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Honduras? ¿Son progresistas o “regresivas” y conservadoras las propuestas del Frente Amplio que se anclaron en lo que decían y hacían hace medio siglo? ¿Acaso no existe mayoría en su seno que conserva como paradigmas los sistemas del “ALBA” o la tiranía cubana? ¿Supone un progreso abrir la economía al mundo o encerrarse en un MERCOSUR que, por si fuera poco, día a día, muestra a los grandes países imponiendo por su sola voluntad medidas unilaterales que, además de violar los tratados, perjudican a los socios más débiles? ¿Es progresista la oposición a un tratado de libre comercio con la más poderosa economía del mundo y el mayor importador del orbe o la tesis de que más vale no “pararse delante del tren para que éste le pase a uno por encima” que sostuvo Gargano y apoyó Mujica?

No puedo dejar de lado algunos comentarios finales que, mezclando a la figura del prócer Oriental con la política partidaria del presente, pretende convencernos de que Don José Artigas estaría supuestamente alineado con el candidato presidencial del Frente o que Don José Batlle y Ordóñez también lo haría, por mera oposición a Lacalle. Me parece que semejante ejercicio no es más que inútil y anacrónica ficción. Pero le recordaría a todos que si bien Artigas no convivió con las ideas socialistas que –sobre todo las de orientación marxista- llegaron a propagarse por estas tierras mucho tiempo después de su muerte y que sus lecturas y afinidades estaban en los filósofos de la ilustración y la idea de democracia liberal de la revolución americana, Don José Batlle y Ordóñez, en cambio, fue claro al expresar su opción. Eligió el Partido de Don Frutos. Votó siempre dentro de él y propició toda su obra reformista con apego a la legalidad y ajeno a la idea de la lucha de clases, el determinismo histórico o el materialismo dialéctico, tesis que hoy tiene general aceptación entre quienes conforman la mayoría dominante de la coalición que postula a Mujica.

Ante semejante panorama, ¿puede un Blanco, debe un Colorado, es razonable que un Independiente, opten por el Senador Mujica y no por el Dr. Lacalle?

Eugenio Baroffio Abadie

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