ESCRIBE FRANCISCO FAIG
Oposición
¿Qué sentido tiene oponerse a un presidente de discurso sensato y con talante negociador?
Frente a la enorme popularidad de Mujica, y al ataque directo de comunistas y sindicatos públicos a su persona y su gestión, aparece la estrategia de ayudar al gobierno desde la discrepancia. Máxime cuando el Poder Ejecutivo, con cintura, acepta propuestas de los adversarios.
Así, se llega a acuerdos en las modificaciones al secreto bancario, en los delegados presidenciales (ahora regionales) y en el pase de vacantes militares a policías para reforzar la seguridad en las calles.
Esos acuerdos ocupan el centro del espectro político, hacia donde se ha desplazado el discurso del presidente Mujica, y donde, por pragmatismo, es llevada una parte de la oposición.
Desde esa perspectiva, la opinión pública, favorable al presidente, premiará los gestos de gobernabilidad. Se trata de ayudar a un presidente popular y, desde allí, ganar dimensión social y apoyo electoral. También es una puerta abierta, en particular para los blancos, para revivificar el discurso y la práctica de militancia sindical y social que han ganado terreno con el mayor protagonismo de la generación wilsonista.
Sin embargo, es una estrategia arriesgada.
Quien todo negocie, perderá sentido de alteridad: ese que le dio el triunfo a Lacalle en junio de 2009. Quien quiera parecerse a la izquierda, negará una realidad grave: la minusvaloración moral esencial prodigada desde el Frente Amplio a todo lo que provenga de los partidos tradicionales, que tiene raíz cultural y extensión urbana.
La democracia precisa una oposición que marque un rumbo distinto.
Vendrán proyectos nefastos: la anulación de la ley de caducidad; la ley de medios. Se precisa denunciar el incumplimiento de los acuerdos partidarios en la educación pública, tomada por los sindicatos; la incapacidad en la gestión de seguridad pública; la lentitud en los cambios de matriz energética; los monopolios que perjudican a la gente -Antel, Ancap-; la desidia en mejorar la infraestructura -AFE, puerto de Montevideo-; y la inoperancia de los gobiernos montevideano y canario. ¡Vaya si hay oposición para hacer!
La mitad del país no votó a Vázquez ni a Mujica. Intuye que hay otra forma de gestionar la cosa pública, alejada, por cierto, del discurso anticomunista de la guerra fría, pero también del sindicalismo frentista que desconfía del capitalismo.
Quiere modernidad y eficiencia, sin más burocracia, con exigencia de calidad: está muy lejos de delegados presidenciales y alcaldes por doquier. Quiere libertad para vivir su vida privada sin que la estén azuzando para participar en sindicatos, gremios, partidos, etc. Para eso votó en democracia: que se ocupen quienes deben hacerlo, sus representantes.
Quien en estos años, blanco o colorado, se dedique a promover esa visión de país con eficiencia, sentido común, buen tono, firmeza y claridad, será premiado por la gente. Porque habrá mostrado creer en la alternancia, desde la diferencia con la izquierda y sin ideologismos.
Oposición
¿Qué sentido tiene oponerse a un presidente de discurso sensato y con talante negociador?
Frente a la enorme popularidad de Mujica, y al ataque directo de comunistas y sindicatos públicos a su persona y su gestión, aparece la estrategia de ayudar al gobierno desde la discrepancia. Máxime cuando el Poder Ejecutivo, con cintura, acepta propuestas de los adversarios.
Así, se llega a acuerdos en las modificaciones al secreto bancario, en los delegados presidenciales (ahora regionales) y en el pase de vacantes militares a policías para reforzar la seguridad en las calles.
Esos acuerdos ocupan el centro del espectro político, hacia donde se ha desplazado el discurso del presidente Mujica, y donde, por pragmatismo, es llevada una parte de la oposición.
Desde esa perspectiva, la opinión pública, favorable al presidente, premiará los gestos de gobernabilidad. Se trata de ayudar a un presidente popular y, desde allí, ganar dimensión social y apoyo electoral. También es una puerta abierta, en particular para los blancos, para revivificar el discurso y la práctica de militancia sindical y social que han ganado terreno con el mayor protagonismo de la generación wilsonista.
Sin embargo, es una estrategia arriesgada.
Quien todo negocie, perderá sentido de alteridad: ese que le dio el triunfo a Lacalle en junio de 2009. Quien quiera parecerse a la izquierda, negará una realidad grave: la minusvaloración moral esencial prodigada desde el Frente Amplio a todo lo que provenga de los partidos tradicionales, que tiene raíz cultural y extensión urbana.
La democracia precisa una oposición que marque un rumbo distinto.
Vendrán proyectos nefastos: la anulación de la ley de caducidad; la ley de medios. Se precisa denunciar el incumplimiento de los acuerdos partidarios en la educación pública, tomada por los sindicatos; la incapacidad en la gestión de seguridad pública; la lentitud en los cambios de matriz energética; los monopolios que perjudican a la gente -Antel, Ancap-; la desidia en mejorar la infraestructura -AFE, puerto de Montevideo-; y la inoperancia de los gobiernos montevideano y canario. ¡Vaya si hay oposición para hacer!
La mitad del país no votó a Vázquez ni a Mujica. Intuye que hay otra forma de gestionar la cosa pública, alejada, por cierto, del discurso anticomunista de la guerra fría, pero también del sindicalismo frentista que desconfía del capitalismo.
Quiere modernidad y eficiencia, sin más burocracia, con exigencia de calidad: está muy lejos de delegados presidenciales y alcaldes por doquier. Quiere libertad para vivir su vida privada sin que la estén azuzando para participar en sindicatos, gremios, partidos, etc. Para eso votó en democracia: que se ocupen quienes deben hacerlo, sus representantes.
Quien en estos años, blanco o colorado, se dedique a promover esa visión de país con eficiencia, sentido común, buen tono, firmeza y claridad, será premiado por la gente. Porque habrá mostrado creer en la alternancia, desde la diferencia con la izquierda y sin ideologismos.
Blogalaxia Tags: uruguay, montevideo, vicepresidente, corrupción, fraude, presidente, intendencia, impuestos, IRPF gobierno, seguridad, ley
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