LA COLUMNA DE MICHAEL S. CASTLETON BRIDGER
¿Habré sido ingenuo?
Confieso que me estaba convenciendo. Confieso que me estaba comprando el paquete. Un paquete hábilmente envuelto y vendido por un maestro del marketing político. Una de mis hermanas, tilinga por competencia notoria pero no por eso menos perceptiva ni menos buena gente, una vez me dijo que una frenteamplista amiga de ella le había dicho: "‘no es que cambiamos nuestros objetivos sino que los vamos a concretar despacito y por vía de los impuestos".
La realidad es que no le di ninguna bolilla en ese momento. Me imaginaba un ataque a las estructuras sociales de nuestro país frontal y radical. ¡Qué ingenuo! ¡Qué tonto!
Nunca pensé que esta gente, que nos lleva hacia tiempos muy oscuros, hubiera cambiado realmente su pensamiento. Pensé, sí, que pudiera ser que hubieran aceptado que sus trágicas quimeras no eran aplicables y que ese gentil hombre -el tiempo- hubiera limado las aristas más enconadas del pensamiento de los ex revolucionarios que nos gobiernan.
Lamentablemente, pienso que me equivoqué. Por el medio que sea, tanto administrativamente como en forma coercitiva, este gobierno va llevando a nuestra sociedad a un modelo neo-comunista o, al menos, marcadamente tragi-populista.
Muestras, ejemplos de lo que hablo, sobran. La última es para mí, al menos, este discutido proyecto de nombrar coordinadores presidenciales a nivel de cada departamento. Más cuando nuestra co-presidenta de facto declara que es un tema no negociable.
¿Cómo? ¿Y toda la cháchara de darle lugar a la oposición, de escuchar todas las campanas, todas las opiniones aunque divergentes? Se empieza a ver el acero debajo de la lisonjería aterciopelada del cual hace gala el Sr. Mujica Cordano.
En la presidencia existe un organismo que se llama DIPRODE, cuya sigla quiere decir Dirección de Proyectos de Desarrollo. Esta oficina se creó específicamente para seguir proyectos de desarrollo en el interior del país. Desde principios de los años '90, en el siglo pasado, lo venía haciendo con buen éxito. Ahora el gobierno actual creará contra viento y marea estos cargos de lo que parecen ser más bien comisarios políticos que otra cosa, en una estructura de poder paralela a la legítima y constitucional de las intendencias. En un país minúsculo como el nuestro, para coordinar las actividades del gobierno central no se precisa, ni remotamente, crear dieciocho cargos. Con la antes mencionada DIPRODE, el presidente y su helicóptero sobra.
Entonces, ¿para qué estarían estos supuestos coordinadores?
En otro orden de cosas pero igualmente preocupante, en el presupuesto se prevé la posibilidad de que los alquilinos deduzcan el 6% de sus alquileres de sus pagos de impuesto a la renta; SIEMPRE Y CUANDO PRPORCIONEN EL NOMBRE DEL PROPIETARIO A LA D.G.I. Esto es diabólico ya que fomenta lo que tanto usaron las dictaduras comunistas, la política de las denuncias. Tan es así que fomentaban las denuncias incluso de hijos a padres y esposas a esposos, a cambio de espejitos de colores. Lo más grave que este tipo de mentalidad es justamente la que conlleva el izquierdismo más radical felizmente desterrado en los países más civilizados del mundo.
Otro ejemplo en materia de la intrusión cada vez mayor de un estado que la izquierda pretende sea omnipotente, es la nueva política de querer hacer los honorarios y los ingresos generados por uruguayos en el exterior sujetos pasivos del Impuesto a la Renta. Esta doctrina de la extraterritorialidad impositiva es más yanqui que otra cosa, ya que los países comunistas que directamente se quedaban con los ingresos de sus ciudadanos que trabajaban en otros países, o sea, en buen romance, los robaban. La gran diferencia es que los yanquis no tienen IVA. La realidad, sin embargo, es que este tipo de medida no hace más que ilustrar el empecinado enamoramiento de la izquierda con un estado centralista que hace todo y sabe todo. La realidad tristemente conocida por quienes los padecieron es que esos estados ni saben nada ni hacen nada.
Ahí yace la irreconciliable antinomia de la mayoría de nuestra población con los que actualmente nos gobiernan.
La libertad es poder elegir. No es tener un gran hermano husmeando en nuestras vidas y quehaceres. No es tener un fisco expoliatorio para alimentar un pantagruélico monstruo estatal que pretende no sólo decir dónde se puede fumar o cuánto y cuándo se puede beber, sino hasta, ya falta poco, combatir la obesidad o la extrema delgadez o el hecho de ser tartamudo.
El problema de esta gente es que al no creer en nada necesitan llenar el vacío que así se les crea para ordenar algo tan fundamentalmente desordenado como lo es el simple hecho de vivir.
Los que creemos en algo, por cierto, no todos en lo mismo, no necesitamos mayormente de grandes hermanos que nos ordenen la vida. Los que no, sí, porque desde el punto de vista filosófico sufren de un vacío que ante las realidades de vivir y morir no ayudan para absolutamente nada.
La existencia humana es de por sí banal. Solamente le podemos dar significado y trascendencia en nuestras obras para los demás, en favor de los demás y en nuestras creencias más profundas.
¡Qué tristeza no creer en nada! ¡Qué tristeza no tener otra referencia que el lodo que nos es común a todos!
Es obvio, entonces, que los que no creen en nada tengan que crear algo de lo cual aferrarse ante la aparente intrascendencia y futilidad de nuestra existencia. Es obvio, entonces, que esta pobre gente deba tratar de buscar imponer un orden a su medida a lo que por definición es desordenado, si no se trasciende la condición humana.
La izquierda radical no es nada más que la versión moderna de esas tribus de remotas islas del Pacífico que idolatraban a los aviones y a los aviadores que conocieron recién a mediados del siglo pasado.
Es intrínseco al ser humano querer trascender. Es natural que así sea, parecería estar en nuestro genoma. Por lo tanto, los que no tienen Dios, lo crean. Así la izquierda pretende crear su Dios, el estado del Gran Hermano omnipresente y omnisapiente.
Los que creemos en la libertad individual nos enfrentamos a la vida creyendo en el sagrado derecho de cada uno de buscar su destino, en la libertad de tener éxito y la libertad de fracasar y volver a intentar, sin nadie que nos obligue a hacer las cosas de tal o cual manera.
Los que pensamos así, que somos la mayoría en nuestra sociedad, debemos estar atentos, de lo contrario, como en el libro de Orwell "Rebelión en la Granja", todos seremos chanchitos iguales, esos sí, algunos más iguales que otros…
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