Y cuando las facturas lleguen, sus responsables no podrán decir: "yo, argentino"
Por Claudio
Paolillo
Es habitual escuchar o leer la crítica de que el
gobierno del presidente José Mujica carece de rumbo. Eso pudo parecer así hasta
no hace mucho tiempo. Pero ya es absurdo seguir sosteniéndolo. A esta altura,
los hechos demuestran que no sólo el barco no está a la deriva,
sino que lleva un derrotero muy claro. Es tan diáfano el rumbo del gobierno
tupamaro que quien continúe creyendo lo contrario se arriesga a ingresar en la
categoría preferida por el presidente: la de los
"nabos".
Si uno escapa a las superficialidades y mira con
atención los detalles, el rumbo está definido en casi todos los campos. Aquellas
promesas de Mujica al comienzo de su gobierno que le abrieron un crédito
formidable a todo nivel (respeto casi reverencial por la
economía de mercado y republicanismo democrático a rajatabla) empezaron a
desdibujarse con el transcurso de los meses hasta convertirse
en la caricatura que son hoy.
El mercado está amenazado en todos los frentes
mientras el Estado avanza imparable sobre la libertad de los individuos y el
republicanismo se va por el resumidero al grito marcial de "¡no
sea nabo!" y "¡retírese!", mientras la guardia personal del presidente aparta al
que molesta.
La política exterior del gobierno es la prueba más
clamorosa de que el rumbo existe y está perfectamente marcado:
alineación incondicional al kirchnerismo gobernante en Argentina, entrega
decidida a las alianzas con los populismos autoritarios de América del Sur,
callada hostilidad hacia Estados Unidos e Israel, abierto apoyo a "la causa
palestina", silencio cómplice respecto a la dictadura teocrática de Irán y demás
satrapías del Medio Oriente, apuesta al comercio cerrado entre
los "amigos progresistas" y entierro de la idea de un Uruguay " a la chilena",
abierto al mundo.
Aquí hay un quiebre radical con lo que fue el primer
cuarto de siglo de democracia, después de la dictadura. Los 20 años de los
gobiernos de los partidos* Colorado* y *Nacional* y los cinco años del primero
del Frente Amplio pudieron exhibir, con sus lógicas diferencias
y énfasis, políticas de Estado en las relaciones internacionales. Ya no. Ahora
el presidente y su canciller van para otro lado. Para un lado
que no quiere ni la oposición ni buena parte del partido de gobierno. Las
riendas están en manos de los tupamaros y de los comunistas,
que son minoritarios electoralmente pero muy activos.
Ellos marcan el
paso.
La relación con el régimen kirchnerista empieza a
avergonzar a muchos uruguayos. Las genuflexiones del tándem Mujica-Almagro ante
la presidenta Fernández de Kirchner y ante cualquier funcionario argentino que
se atraviese por el camino han transformado al gobierno de
Montevideo en una suerte de "puntero" más del entramado político del
kirchnerismo.
Mujica y Almagro hicieron trizas en pocos meses
una política de Estado seria, liderada por Tabaré Vázquez y apoyada por todo el
sistema político y por la inmensa mayoría de los ciudadanos, para hacer respetar
la dignidad del Uruguay ante una pareja presidencial argentina prepotente,
patotera y corrupta.
"No se puede estar mal con los vecinos", esgrimió
todo el tiempo Mujica para justificar ese cambio de 180 grados. Pero, para él,
"los vecinos" son el grupo de personas que circunstancialmente ocupan posiciones
de poder desde el 2003 bajo el sistema kirchnerista.
El presidente y su
canciller no consideran "vecinos" con quienes hay que "estar bien" a los miles y
miles de argentinos que huían (y huyen) del régimen despótico
de Néstor y Cristina Kirchner que les roba sus
jubilaciones, que pone perros en puertos y aeropuertos para que
descubran si salen del país con sus dólares, que avasalla la libertad de
expresión, que hostiga a los medios y periodistas críticos o independientes, que
tiene los mismos tics fascistoides del viejo peronismo y, otra vez, controla la
producción y distribución del papel para imprimir diarios, y que desprecia la
independencia de los jueces (y tiene a muchos de ellos a su
servicio).
Mujica y la parte del gobierno que lo sigue en estos
menesteres dicen que los Kirchner serán como serán, pero que con esta nueva
política hacia ellos el Uruguay se ha beneficiado. Sin
embargo, sólo pueden mostrar un éxito que no es tal: el levantamiento del
bloqueo de un puente sobre el río Uruguay. Y no es tal, porque
eso Argentina lo tenía que hacer de todas maneras, después del fallo de la Corte
de La Haya.
No hay más nada importante a favor de Uruguay a raíz
de esta nueva política. Nada. Al revés: hay mucho en contra de los intereses de
la sociedad uruguaya que ya se nota en los comentarios de los propios argentinos
y de otros extranjeros. Hasta Vázquez, Uruguay era el "refugio
serio" a donde en cualquier momento podían escapar los argentinos si
la furia kirchnerista se iba de madre.
El mundo veía que Uruguay era el
país serio y que Argentina era el país no serio. Así de simple. Y así
de importante. Por supuesto, eso le servía a Uruguay desde todo
punto de vista. Ahora, sin que nada ni nadie obligara al gobierno de Uruguay
a cambiar ese estado de cosas, "vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo
lodo, todos manoseados".
Progresivamente, Mujica y Almagro están hipotecando
aquella imagen que tanto costó construir: el país de las reglas claras versus la
locura patotera de Guillermo Moreno; el país que honra sus deudas versus el
Congreso aplaudiendo el default y entonando la marcha peronista; el país
tranquilo y tolerante versus el vértigo y el odio entre las
personas; el país orgulloso de su clase política versus la tierra del "que se
vayan todos".
¿Por qué hace esto Mujica? ¿Por qué le quiere poner
una marca K a su gobierno? Los que no son "nabos" ya lo saben y los que aún no
abandonan la categoría, están a tiempo de avivarse: lo hace porque cree
fervorosamente en esto. No hay errores ni improvisaciones. Él y sobre todo su
esposa (la primera senadora del gobierno) admiran al kirchnerismo, a Evita,
al fenómeno peronista y a los montoneros. Lo han dicho con todas las
letras.
La marca K en el gobierno uruguayo significa muchas
cosas más. La marca K supone, sí, una sociedad ideológica con los K. Pero
también con los grandes amigos de los K. La campera militar de
las "fuerzas bolivarianas" de Venezuela que Mujica lució en Caracas no fue una
ingenuidad ni una cobertura de momento porque tenía frío, como ridículamente
declaró Almagro.
Fue un bruto mensaje para todo el mundo. "Señores de
todo el planeta, miren que ahora Uruguay es esto. No se equivoquen", quiso
expresar el presidente, aunque lo niegue mil veces.
Por eso, la marca K supone
luchar a brazo partido para forzar el ingreso ilegal de la Venezuela de Hugo
Chávez al Mercosur, violando las disposiciones más elementales que rigen a
este bloque regional y despreciando la opinión del Congreso
paraguayo. Mujica y Almagro, hay que recodar, quieren hacer entrar al Mercosur a
como dé lugar al déspota que subyuga a su pueblo, que lidera uno de los
regímenes más corruptos del mundo y, dato no menor, que le abrió la puerta de
América Latina al dictador iraní, Mahmud Ahmadineyad, que niega
el Holocausto judío y quiere borrar del mapa a Israel.
La marca K implica la obligatoria asistencia del
canciller Almagro a la fiesta organizada por los K en Mar del Plata para
festejar que un día se unieron para escupirle la cara a los Estados Unidos. E
implica, también, hacerse los zonzos y decir que el gobierno K
no tuvo nada que ver en la grave amenaza contra Uruguay que lanzó el presidente
de Francia, Nicolás Sarkozy, a instancias de la presidenta K, que estaba con los
poderosos del G20 hostigando a Uruguay en Cannes, mientras Almagro trabajaba de
peón de la presidenta K en Mar del Plata.
Por supuesto, el patético alumno de Chávez, el
ecuatoriano Rafael Correa, ya pidió también entrar al Mercosur. Y pronto quizá
lo hagan Evo Morales, Daniel Ortega y, por qué no, Fidel y Raúl
Castro. Le van a cambiar el nombre. Le llamarán, quizá, "Mercosur bolivariano".
Todo esto no son "errores" o "equivocaciones" de Mujica y de Almagro. Todo esto
sale de las tripas y es la voluntad explícita tupamaro-comunista.
Por cierto, cientos de miles de frenteamplistas no quieren saber nada
con respecto a estos nuevos rumbos. Empezando por el ex presidente Vázquez.
Ni qué hablar de la mitad del país no frenteamplista.
Pero esto es lo que hay ahora.
Los discursos ya no son creíbles porque
los hechos hablan por sí solos.
Nadie puede llamarse a engaño: esto va a
tener un precio para Uruguay. Y cuando las facturas lleguen, sus responsables
no podrán decir: "yo, argentino"
Blogalaxia Tags: uruguay, montevideo, vicepresidente, corrupción, fraude, presidente, intendencia, impuestos, IRPF gobierno, seguridad, ley
No hay comentarios:
Publicar un comentario