sábado, 23 de febrero de 2013

Más claro, echale agua

Extraído de El País - Ecos



Carta abierta al presidente Mujica
Manuel Flores Silva | Montevideo
@| "Sr. Presidente de la República Sr. José Mujica
De mi consideración:

Considero que cualquier aporte, por pequeño que sea, que reciba usted en este momento crucial de la vida del país puede ser útil.

Le escribo, pues, muy breve y modestamente, intentando contribuir en este momento clave a su pensamiento. Es un intento al que probablemente tengamos derecho todos los ciudadanos.

Tómelo como de alguien que peleó todo lo que pudo por la reconstrucción democrática y republicana del país. Y que quedó por ello marcado de modo que su vida entera ha estado al servicio de la idea de República. Y de ninguna otra. A la idea de que debe haber un orden de instituciones que distribuyan el poder en el seno de una sociedad, poder que siempre busca acrecentarse cualquiera sea quien lo detente en cualquier área en que el poder exista.

La idea es que solo un orden institucional con normas y reglas puede mantener las garantías de los ciudadanos. La idea de que allí donde hay un abuso de poder determina que en otro lado de la sociedad se le confisca poder legítimo a otros ciudadanos. La República, dijera Artigas, es "la seguridad del contrato" frente a la "veleidad de los hombres". Y, anota Rosanvallon, que la República es, nada más y nada menos, que "la organización de la desconfianza" mediante instituciones que frenen los excesos connaturales al poder.

A veces se piensa de manera que el orden institucional es menor respecto de otros valores. Sea para la imposición de una clase social, sea para impulsar una propuesta mesiánica que habrá de cambiar todo, sea porque hay episodios políticos o jurídicos que no son favorables al poder establecido. Se razona entonces que las normas republicanas deben ceder en beneficio de algún paraíso que se piensa conseguir. La experiencia humana, sin embargo, es grande en instituciones deshechas, garantías ciudadanas violadas y, sin embargo, paraísos frustrados y pendientes. La historia sí ha demostrado mil veces que ninguna política pública tiene sentido si es al costo del derecho de los ciudadanos que surge de las garantías institucionales. De la libertad, finalmente, que es la víctima al cabo de esos procesos.

Nuestro país fue grande cuando las diferentes fuerzas políticas se respetaban y consensuaban políticas. La idea de la confrontación hasta la extinción del otro -el pensamiento no tolerante que postula que el otro no es persona, sino maldad- que lleva 50 años protagonizando la vida del país, para muchos justifica y legitima no sólo el pasarle por arriba a los adversarios sino a las instituciones mismas. Lo peor de un error, Sr. Presidente, es volver a repetirlo.

Es claro que al partido oficialista le ha sido más fácil integrar el capitalismo a sus ideas que el concepto mismo de República. Lo que no es raro ya que en la historia universal la izquierda socialista ha sido el más cruel enemigo de la izquierda republicana, la que en Uruguay se conoció con el nombre de Batllismo y, por qué no, también de Wilsonismo. Sin claridad, empero, en el concepto de República el país, necesariamente, termina a la deriva. En eso estamos ahora, en un grave declive republicano.

Bajo su gobierno, y seguramente que más allá de su voluntad, Sr. Presidente, se vienen erosionando las instituciones y lastimando el central concepto de República.

Sea porque se violan reiterados pronunciamientos populares, la voz del soberano. Sea porque se declara desde las máximas alturas que las Fuerzas Armadas deben estar politizadas a favor del Partido oficialista y se traen a nuestro territorio cientos de militares de países donde se piensa así. Sea porque el Sr. Presidente convoca a su despacho a todos los presidentes de empresas públicas y les pide que no le den más publicidad estatal a los medios de comunicación que informan sobre la inseguridad. Sea porque los poderes fácticos económicos nunca tuvieron más hegemonía que hoy. Sea porque se proclama que lo político está por encima de lo jurídico para violar esto último. Sea porque recientemente la voz presidencial amedrenta con nombre y apellido a empresas particulares. Sea porque cuando el Fiscal de Corte no estuvo de acuerdo con el gobierno se le persiguió hasta hacerlo caer (aún antes, bajo anterior gobierno, se llegó a ocupar dicha Fiscalía inconstitucionalmente sin venia del Senado). Sea porque el Estado uruguayo, a través de su persona, Sr. Presidente, concurre a un acto político partidario en el exterior. Estos, entre otros muchísimos y cotidianos hechos que se podrían señalar. Lo cierto es que día a día, gota a gota, se vienen deteriorando las instituciones.

La asonada producida la pasada semana para presionar a la Suprema Corte de Justicia marca, sin embargo, un límite. Un antes y un después. Un hito en el proceso de desinstitucionalización nacional. Por eso éste es un momento crucial en la vida del país. Nunca antes en su historia había pasado algo parecido en el país como la mencionada turba y presión contra este Poder del Estado.

Pero a esa algarada ante la Suprema Corte no vino sola, sino en una escalada contra dicha institución de parte del partido de gobierno. Por ejemplo, la idea concomitante de limitar y violentar la división de poderes que está implícita en el llamado de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia al Parlamento -que promueve el Frente Amplio- hace responsable al partido que lo llevó a usted al gobierno en profundizar la mencionada erosión republicana. ¡Algo tan elemental como la división de poderes se pone en cuestión!

Ni siquiera se distingue desde la cúpula de la fuerza política oficialista que la Corte Suprema juzga la constitucionalidad de una ley, no el sentido de la política que promueve el contenido de esa ley y entonces se acusa a la Suprema Corte de defender a la oligarquía terrateniente o el poder hegemónico. Con ese criterio vaya a saber qué termina defendiendo lo Suprema Corte cuando su misión, en estos casos, es simplemente cuidar la vigencia de la Constitución, que para ello está mandatada.

Se confunde claramente el rol de las instituciones. Y se confunde derecho con derecha. Esto mientras algún juez/a en actividad agravia todos los días, a través de medios nacionales e internacionales, a la Suprema Corte de Justicia. La que no debe a nadie explicaciones sobre lo "relacionado con la materia y competencia jurisdiccionales del Poder Judicial" (artículo 118 de la Constitución, parte del artículo de moda que no se menciona estos días).
Ya vimos en el pasado como la toma de partido apasionada por algunos temas no se detiene ante los límites institucionales y sabemos todos a qué infeliz destino se llega por ese camino.

Y en este campo de las instituciones y de las reglas de juego no puede haber confusiones, titubeos, dudas, vacilaciones ni flaquezas. Todo lo que no sea estar del lado de la independencia y autonomía de la Suprema Corte de Justicia -ella en el acierto o en el error- es estar del lado del decaimiento institucional. Los republicanos somos todos, hoy, la Suprema Corte de Justicia. Mucho debe reformarse el sistema judicial en el país -hemos escrito no poco sobre un sinnúmero de reformas necesarias- pero no debe confundirse la imperfección de las instituciones todas con su legitimidad. La legitimidad de las instituciones debe defenderse a capa y espada. Y no debe aducirse, obviamente, la necesidad de reformas para cuestionar la legitimidad de las instituciones.

La vida lo ha colocado, Sr. Presidente, en una cruz de los caminos. O usted detiene la erosión institucional o usted, aunque sea por omisión, la alienta. En esa decisión usted está solo con su conciencia. Y todos lo estamos mirando. Así es la vida del liderazgo.

La paradoja quiere que usted, que nunca creyó en las instituciones, tenga ahora la responsabilidad de salvaguardarlas. Cosas que el destino hace con los hombres. Estamos seguros que esa será su voluntad. O usted se saca la chaqueta militar del Comandante Chávez que un día se puso, ante la mirada de toda América, o usted será responsable de graves males para el país que estamos seguros que usted no quiere. ¡Hay que parar la erosión institucional! A usted le cabe un papel decisivo en ello. Sepa que por lo que haga usted justamente en estos momentos, en un sentido o en otro, es por lo que la historia nacional lo juzgará para siempre. Ojalá, por el país, que bien.

Le reitero, Sr. Presidente. Tome estas reflexiones simplemente como de alguien que luchó encarnizadamente contra la dictadura por reinstaurar la República en el país -éramos bastante menos que lo que parece ahora- mientras usted estaba preso por atentar contra la democracia. Esa democracia que luego lo eligió a usted para la dignidad que ocupa y nos obliga a todos al respeto. Tómelo de alguien que en plena dictadura pidió públicamente la amnistía para todos los que, como usted, estaban presos. No era del todo fácil. Queríamos terminar con el tiempo del desprecio generado en diversos orígenes ideológicos y sabíamos -era elemental- que solo el respeto por las instituciones y el sol de la ley podía acabar con ese mal. Que ahora -justamente ahora- a todos nos ilumine.
Le saluda muy atte,
Ciudadano Manuel Flores Silva".



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