jueves, 11 de abril de 2013

Carta al Sr. Mujica

Recibo y publico



Carta al Sr. Mujica, Presidente de la República Oriental del Uruguay.

Señor Presidente,

Hace tres años, le escribí una carta abierta publicada en las columnas de
este mismo diario, en la cual le expresaba la admiración de mi prima
residente en Buenos Aires ante la imagen que Ud. le ofrece a los demás: la
de un hombre sensato, modesto, que se dirige a la gente con un discurso
razonable. Añadía en dicha misiva que mi bisabuelo, León Tolstoi,
seguramente hubiese estado feliz de ser su amigo, porque compartían la misma
filosofía. El lenguaje de la gente corriente (por oposición a la retórica
barata), el retorno a la naturaleza, el apoyo a los más necesitados y el
ejemplo del estilo de vida que Ud. lleva. En suma, una especie de Jesucristo
moderno, sin duda un poco envejecido, pero que sigue hablando sin rodeos.

Por la influencia que me otorga mi parentesco con el famoso escritor, le
sugerí entonces que no cediese a la dispersión propia del ejercicio del
poder, y se concentrase esencialmente en los tres fundamentos de su
política: educación, seguridad y reducción de la pobreza.

Considerada por la prensa una noticia mediática, mi carta fue reproducida en
el mundo entero, como se puede apreciar por los numerosos comentarios
fácilmente consultables en 'Google'. Mi apellido, cuando se lo menciona,
atrae la atención de la gente, y nunca me abstengo de sacarlo a relucir, no
para mis fines personales, sino en pro del interés común.

Meses más tarde, durante un breve encuentro casual, le pregunté si había
tenido conocimiento de mi carta. Su respuesta fue negativa, y Ud. incluso me
replicó que no sabía quién era yo, una manera despreciativa de significarme
que no le interesaban mis consejos. En cambio, aseguró que conocía bien a
Tolstoi, afirmando con orgullo que había leído todas sus obras.

Esa famosa carta me había valido las burlas de ciertos amigos que no
comparten su forma de pensar. Algunos hasta llegaron a preguntarse si no me
había hecho socialista o incluso “mujiquista”. (Es verdad que, en ruso, la
palabra mujik significa campesino y que, teniendo en cuenta mi ascendencia
rusa, hubiera podido ser uno de ellos).

No, Sr. Mujica, ¡no me he vuelto socialista! Pero resulta que pertenezco a
la aristocracia, la verdadera, la originaria, la que predispone a lo mejor y
no a lo peor, a lo positivo y no a lo negativo, a lo concreto y no a la
utopía. Esta actitud mía tiene un nombre: ¡libertad! Libertad de decir lo
que se piensa, libertad de elegir lo adecuado en vez de los compromisos,
libertad para denunciar todo tipo de abusos, libertad de ser francos, aún si
es algo comprometedor o inoportuno, libertad de denostar lo incongruente, lo
intolerable, los arreglitos políticos en nombre de una solidaridad de clase,
vengan de donde vengan, libertad en fin de ser uno mismo, solo uno mismo,
sin tener que someterse a otros dictados que los de la propia conciencia.
Por cierto, decir las cosas como son equivale a caminar sobre el filo de la
navaja, un riesgo que acepto sin dudar.

De eso, señor Mujica, ya pasaron casi tres años. ¿Qué sucedió con su
gestión?

En honor a la verdad, debo decir que sin duda Ud. redujo la pobreza, pero
sacándole la plata a los "ricos" para dársela a los "pobres" sin enseñarles
cómo ganarla, y multiplicando los empleos públicos innecesarios, mientras
que sus hermosos proyectos de seguridad y educación quedaron en el papel.

Atracos, asesinatos, y agresiones en la calle aumentan constantemente, los
estudiantes abandonan el sistema educativo, la enseñanza pública es
obsoleta, no se dedican fondos o casi nada a la investigación ni a la
formación de las élites. El resultado es lamentable: los cerebros emigran
hacia países donde sus cualidades son reconocidas y utilizadas en interés
de todos. Aquí, la creación, al igual que las invenciones, es prácticamente
nula. Para qué sirven los investigadores, los creadores, los inventores, si
no hay nadie que aproveche el resultado de su obra? El cliente ideal no
puede ser el empleado público o el obrero, desprovisto de la más mínima
calificación.

Una situación, permítame decírselo, que le hubiese disgustado a Tolstoi,
quien durante toda su vida se preocupó por la enseñanza de su pueblo.

Su política, que sólo busca solucionar lo más urgente, sin preparar el
futuro, es un verdadero problema para las generaciones venideras y explica
en parte el estancamiento de la demografía.

No tengo intención de ponerme ahora a establecer la lista de todas sus
carencias, ya lo hacen de sobra los politólogos, economistas y sociólogos.
Pero son notorias, y están encaminando al país hacia la mediocridad. Una
situación tanto más imperdonable cuanto que Uruguay disfruta de una
excepcional recuperación económica, como nunca, y que Ud. tiene todo a su
favor para remediar esas insuficiencias.

Y no nos diga, por favor, que sus poderes son limitados, pues Ud. no duda en
dar un puñetazo en la mesa para mostrar su autoridad, diciendo: "¡Yo soy el
Presidente!" (Parodia de la famosa frase de Louis XIV: L'Etat, c est moi! El
Estado, soy yo !).

En mi anterior carta, lo ponía en guardia contra "sus amigos" radicales cuyo
íntimo objetivo es arrasar con todo, y le pedía que no los escuchase, y
siguiese adelante con la recuperación del país que Ud. se había asignado
como meta. Ud. creyó ser lo suficientemente fuerte para contenerlos. Por
desgracia, como los hechos lo demuestran, fracasó. Los sindicatos, los
comunistas, algunas personas de su entorno, los ultras de todo tipo son más
fuertes que Ud. y, diga lo diga, desgraciadamente Ud. es su rehén.

El ejercicio del poder es difícil, Sr. Presidente. Tratar de mejorar el
mundo es una tarea noble y loable, pero hoy en día gobernar un país
democrático es una misión casi imposible. ¿Qué absurda idea tuvo de querer
estar a la cabeza del Estado, Ud. que se parece más a un buen abuelo
filósofo que a un jefe?

Su llegada a la Presidencia coincidió con el triunfo de la selección
uruguaya de fútbol del maestro Tábarez que había alcanzado la cima de este
deporte, y creí que eso era para Ud. una señal, un estímulo, un símbolo. Sin
embargo, le señalé en aquella carta que, por falta de solidaridad y de
claridad en el desarrollo del juego, nuestros jugadores estaban perdiendo
muchas pelotas en el centro del área, pero si corregían ese defecto, verían
asegurada la suprema conquista del título de campeones del mundo. Tal
consejo era también extensivo a su persona. Ud. no lo tomó en cuenta. Peor
aún, como la selección de fútbol de Uruguay, que prácticamente ha perdido
toda posibilidad de clasificación para el próximo mundial al perder todos
sus partidos, Ud. ha fallado en ser un "Presidente para todos", se impuso
como el líder de una fracción partidaria cegada por la ideología.

Sr. Mujica, Ud. soltó el timón del país. ¡Qué pena!



Sacha Tolstoi


(quien escribe la carta es el bisnieto de Leon Tolstoi que vive en Uruguay)
 

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